Si algo tiene la obra sinfónica de Brahms, además de una majestuosidad sinfónica sin igual, es la capacidad de conmover íntimamente, llegando al tuétano, como si Brahms abriera una rendija para dejar entrever sus sentimientos para con Clara Schumann, toda la vida escondidos, y sólo en la música pudiera canalizar el amor, la rabia, la impotencia, la pulsión de vida y de muerte que la empapaban.

Amigo fiel y compañero impertérrito en los momentos felices y los infelices que recorrieron la vida de Robert y Clara Schumann, Johannes Brahms fue el principal admirador de la obra musical de Schumann. Sin embargo, él estaba llamado a dar un paso más en la evolución de la forma sinfónica heredada directamente de Beethoven. Precisamente por la alargada sombra de Beethoven, Brahms tardó muchos años en decidirse a escribir su Primera Sinfonía. Pero una vez lo hizo, entrado ya en la década de los cuarenta, su creatividad no tuvo freno. Y mientras Liszt y Wagner escribían música programática con un punto de genialidad romántica alocada, Brahms se decantó por la música absoluta sin renunciar al arrebato del apasionamiento romántico.

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Johannes Brahms